CIENCIA Y FE COMO VERDADERAS AMIGAS


Por H. Thomas Goodwin

La ciencia brinda la posibilidad de obtener conocimiento comprobable, un método que conduce a la acumulación de conocimiento dentro de paradigmas, como así también a la revolución científica en la cual un paradigma es remplazado por otro. ¿Cómo nos ayudan las creencias cristianas a comprender esta forma de conocimiento?

¿Pueden convivir la fe y la ciencia? Yo creo que sí, y espero convencerlo de tres cosas. Comencemos diciendo que las creencias cristianas básicas nos otorgan un entendimiento crítico en cuanto al poder y los límites de la ciencia como forma de conocimiento. En segundo lugar, el conocimiento científico muchas veces enriquece las creencias teológicas, particularmente aquellas acerca de Dios como Creador y de los humanos como criaturas formadas a
 su imagen. Y por último, aunque el conocimiento científico a veces desafía las creencias adventistas, estos desafíos no deberían sorprendernos; nos proveen oportunidades para el crecimiento científico, teológico y ético. En resumen, este artículo intentará demostrar que la ciencia y la fe pueden coexistir apoyándose aunque algunas veces también desafiándose entre sí.

Aunque la analogía de una amistad verdadera nos lleva a una comprensión útil, tiene sus limitaciones: los adventistas no nos aproximamos al diálogo de ciencia y fe con neutralidad. Aceptamos a la Biblia como “la revelación indiscutible de doctrinas, y el registro confiable de los actos de Dios en la historia”, y este compromiso avala nuestra comprensión de la naturaleza.

Una perspectiva cristiana sobre la naturaleza de la ciencia

Antes de que exploremos la relación entre las creencias bíblicas y la ciencia, necesitamos aclarar qué es ciencia 
y cómo funciona. La ciencia es una forma de obtener conocimiento acerca de la naturaleza, que busca describir y explicar el fenómeno del mundo material en formas que otros científicos puedan comprobar empíricamente.

Por su propia naturaleza, el con cimiento científico es dinámico y constantemente cambiante, movido 
por la continua interacción de los tres elementos centrales del pensamiento científico (ver figura): datos, teorías, principios moldeadores. Los datos representan las observaciones, conteos
 y medidas que los científicos registran
 y desean explicar. Las teorías son las ideas que los científicos desarrollan para dar sentido e interpretar sus datos. Los principios moldeadores corresponden a las creencias previas, compromisos y valores que inevitablemente influencian el trabajo científico, muchas veces en forma inconsciente. Los miembros de una comunidad científica comparten un conjunto de teorías centrales y principios moldeadores que guían poderosamente su trabajo: los tipos de datos que buscan, las formas de explicación que proponen, y así sucesivamente. Thomas Kuhn, notable filósofo de la ciencia, se refiere a este conjunto de teorías ampliamente compartidas y principios moldeadores, como paradigmas.

Mucho de este dinamismo en el pensamiento científico es movido por
la interacción de los datos y la teoría, cuando los científicos buscan encontrar una mejor relación entre lo que ellos observan en la naturaleza y sus teorías acerca de la misma. Algunas veces el cambio ocurre porque una teoría fructífera estimula la recolección de nuevos datos. Un excelente ejemplo es el crecimiento exponencial en los datos de
la secuencia genómica a lo largo de la última década, alimentada por teorías modernas de genética y nuevos métodos de secuenciamiento del ADN. En otras ocasiones, el cambio ocurre porque nuevos datos nos fuerzan a revisar o aún a remplazar una teoría existente.

De acuerdo a Kuhn, el conocimiento científico algunas veces se torna más holístico y abarcante. En esta perspectiva, los científicos normalmente no cuestionan sus paradigmas; los asumen como verdaderos y desarrollan la ciencia de acuerdo a ellos. Sin embargo en el proceso, ocasionalmente descubren cosas que no encajan en sus expectativas del paradigma. Si estos descubrimientos son suficientemente serios o numerosos, una disciplina científica experimentará una crisis mientras los científicos se debatirán tratando de encontrar sentido a los datos anómalos. Durante una crisis, un científico brillante puede aparecer con una perspectiva totalmente nueva; un nuevo paradigma. Si este funciona bien, con el tiempo la comunidad “cambiará” de lo viejo a lo nuevo; ocurrirá una revolución científica.

Kuhn sugiere que tales episodios representan eventos importantes en la historia de la ciencia porque abren inesperadas perspectivas de investigación, generando teorías novedosas y más amplias y estimulando a los científicos a estudiar un nuevo campo de fenómenos. Las ideas de Kuhn pueden ser demasiado simplificadas, pero ofrecen valiosas percepciones del pensamiento científico a medida que progresa en el tiempo.

Todas las disciplinas científicas comparten un compromiso en relación a la comprobación empírica, pero las disciplinas varían en la manera de recolectar los datos y probar las teorías. A riesgo de simplificar demasiado las ciencias experimentales (ej.: física, química y muchas áreas de la biología) suelen probar sus hipótesis realizando experimentos múltiples, bien controlados y bajo diferentes condiciones. En contraste, las ciencias históricas (ej.: paleontología y arqueología) difícilmente pueden realizar pruebas directas a través de experimentos, pero buscan descifrar las causas pasadas (ej.: causas de la extinción de los mamuts) proponiendo múltiples y conflictivas hipótesis, y buscando evidencias físicas que puedan discriminar entre estas hipótesis; una forma de comprobar las hipótesis.

Recapitulando, entiendo a la ciencia como una forma para obtener un conocimiento comprobable; un método que conduce a la acumulación de conocimiento dentro de paradigmas, como así también a la revolución científica en la cual un paradigma es remplazado por otro. ¿Cómo nos ayudan las creencias cristianas a comprender esta forma de conocimiento?

Veamos qué nos dicen las creencias cristianas acerca del poder y los límites de la ciencia.


El poder de la ciencia. La ciencia
 es una manera poderosa de obtener conocimiento acerca de la naturaleza,
lo que se demuestra por dos hechos. Primero, las teorías científicas muchas veces unifican diversas observaciones en forma simple y elegante y comúnmente realizan sorprendentes predicciones acerca de la naturaleza, que llegan a ser válidas especialmente en las ciencias experimentales. La Teoría General de
la Relatividad de Einstein, por ejemplo, unificó amplias áreas de la física con elegancia matemática. Hizo también predicciones que más tarde fueron verificadas en forma experimental. Cuando las teorías científicas unifican y predicen certeramente lo que vemos (o deberíamos ver) aumenta nuestra confianza en que la ciencia nos enseña algo real acerca del mundo.

Segundo, el poder de la ciencia queda demostrado por la utilidad práctica de las teorías científicas. La ciencia generó el conocimiento teórico que hizo posible ir al espacio; desarrollar un tratamiento para la malaria; crear los teléfonos inteligentes y las computadoras personales. Este poder demostrado por la ciencia levanta una inquietante pregunta. ¿Por qué la ciencia funciona tan bien?

La teología cristiana provee una simple pero elegante respuesta. La ciencia funciona bien porque sus supuestos básicos son verdaderos, arraigados en la doctrina bíblica de la creación. Consideremos dos de estos supuestos.

Primero, los científicos suponen que el universo ha sido ordenado y continúa su comportamiento ordenadamente. Nosotros suponemos que los átomos de carbono tienen las mismas propiedades en la Tierra que en las estrellas y que la gravedad funciona de la misma manera hoy que en el pasado. Estos supuestos que nos permiten obtener conocimiento útil aun cuando investiguemos solamente una mínima fracción de ella, no pueden nunca ser demostrados por la ciencia. Sin embargo, surgen naturalmente de la enseñanza bíblica de que un Dios racional, omnisapiente, creó los cielos y la Tierra.

Una segunda e igualmente crítica presuposición, es que los humanos tenemos la capacidad mental para reconocer y comprender este orden en la naturaleza. Podemos descubrirlo aun si está oculto de la perspectiva diaria. Nuevamente, la doctrina bíblica de la creación nos da una razón para creer que esta presuposición es verdadera, porque Dios hizo
a los humanos a su imagen (Génesis 1:27). La Biblia no define con precisión qué significa que los humanos representan la imagen de Dios, pero un punto de vista común es que Dios es reflejado, por lo menos en parte, en la capacidad humana de pensar y elegir libremente; una capacidad que depende de un pensamiento complejo, creativo y racional. Estos son elementos indispensables para la ciencia.

Esta interpretación que las creencias bíblicas apoyan las presuposiciones esenciales de la ciencia, puede haber sido importante en la historia de la ciencia. Por ejemplo, el Premio Nobel de Química, M. Calvin, creía que la presuposición del orden de la naturaleza podía ser rastreada históricamente en el antiguo punto de vista hebreo “de que el universo es gobernado por un único Dios, y no es el producto de los caprichos de muchos dioses, cada uno gobernando su propia área de acuerdo a sus propias leyes”. Esto sugiere que la fe bíblica jugó un rol crucial en el desarrollo de la ciencia moderna, aunque otras corrientes intelectuales –la filosofía griega– fueron también importantes.

Los límites de la ciencia. A pesar de que la ciencia ha demostrado un gran poder, tiene también sus límites. Varios eruditos adventistas han abordado 
estos límites y podemos consultar sus discusiones. Condensaré estos límites en dos categorías: limitaciones de métodos –surgen debido a que los humanos falibles hacen ciencia; y limitaciones en el alcance de la aplicación de la investigación –la realidad se extiende más allá del ámbito de la ciencia. Debo señalar que las creencias cristianas nos ayudan a dar sentido a ambos tipos de límites.

La ciencia es un emprendimiento humano, y todos sus aspectos son afectados por esta verdad. Este hecho no sorprende a los biólogos adventistas. Los seres humanos son finitos por creación (hechos a imagen de Dios, pero nunca dioses), caídos y egoístas debido a su rebelión contra Dios (Génesis 3:1-12),
y por lo tanto completamente falibles 
en todo lo que piensan y hacen. A veces, los científicos demuestran una faceta muy humana en una búsqueda reprensible de autogratificación. Sirven como recordatorios de la pecaminosidad humana los renombrados científicos biomédicos que utilizaron información fraudulenta para promover sus carreras de investigación. Nuestra naturaleza falible se despliega de diversas y sutiles maneras.

Comencemos con la recolección de datos. Los buenos científicos intentan recolectar datos con cuidado para registrar observaciones y los resultados de
los experimentos de manera objetiva
y eficaz. Sin embargo, casi siempre recolectan datos con un propósito, tienen una teoría o hipótesis que probar, o una pregunta que responder, y habitualmente tienen ideas preexistentes acerca de dónde buscar para encontrar información relevante, y cómo deberían ser estos datos. Tales motivaciones son esenciales para la ciencia, porque apoyan la persistencia y enfoque necesario para un cuestionamiento científico efectivo. Sin embargo, a veces esta perspectiva enceguece para otras observaciones más relevantes.

Si el elemento humano se revela a sí mismo en la recolección de datos, lo hace aún más en la creación de teorías científicas y en la operación de los principios moldeadores. Los filósofos de la ciencia nos recuerdan que la formación de la teoría no fluye de manera simple o automática de los datos. Por el contrario, las teorías representan ideas formadas creativamente por mentes humanas, y su formación y prueba inevitablemente están moldeadas por nuestras creencias previas o compromisos; nuestros principios moldeadores.

Tomemos por ejemplo a Darwin y l
a teoría que creó para dar sentido a muchos datos que había reunido y que consideraba importantes. Sin embargo, sus ideas también fueron moldeadas
 por las ideas económicas y filosóficas 
de su cultura. Su visión de la lucha por la existencia que resulta de la sobrepoblación y recursos limitados en la naturaleza fue atribuida a T. Malthus. Aún más, el compromiso inflexible de Darwin a las explicaciones mecanicistas para el origen de las especies que no involucraba una acción divina, reflejaba una tendencia del pensamiento filosófico de ese tiempo. Por lo tanto, la teoría de Darwin representa una construcción humana cuyo origen fue moldeado por sus datos, pero también por un conocimiento previo y por compromisos metafísicos.

Este compromiso con la explicación natural y mecanicista en la ciencia merece un comentario más extenso. En un sentido, este compromiso es central al emprendimiento científico, porque motiva a los científicos a continuar comprobando fenómenos desconocidos hasta que estos sean bien comprendidos; ¡no queremos científicos que invoquen un milagro divino cada vez que un fenómeno permanece inexplicable! Tomado como un imperativo filosófico, sin embargo, este compromiso puede restringir el rango de hipótesis, especialmente en las ciencias históricas; recuerde el rol que las hipótesis múltiples y conflictivas juegan en estas disciplinas. Como ejemplo, un compromiso filosófico con el naturalismo automáticamente excluye la creación especial como una hipótesis para el origen de la vida y el diseño biológico, sin tomar en cuenta cualquier evidencia científica que pueda favorecer esta hipótesis.

¿Qué significa todo esto en la práctica, para el biólogo adventista que enfrenta teorías científicas aparentemente bien fundamentadas que se encuentran en conflicto con nuestra comprensión de la Biblia? Las opiniones son variadas. D. Read, un adventista que ha escrito un libro sobre dinosaurios y el registro fósil, argumenta que muchas teorías actuales acerca de la historia
 de la vida están tan completamente moldeadas por los principios ateos, que deben ser rechazadas. En este punto de vista, los principios moldeadores erróneos llevan a la formación de estas teorías; los datos juegan un rol secundario.

La matemática adventista S. Henson, argumenta que los métodos de la ciencia, aunque inevitablemente humanos
 y por lo tanto falibles, representan una forma poderosa de mantener los prejuicios subjetivos en su lugar. Esto es real gracias a la interacción que se suscita entre los datos y el razonamiento científico, y el escrutinio cuidadoso de la investigación científica a cargo de otros pares críticos, antes de que pueda ser publicado. Desde esta perspectiva, los datos juegan un rol central en mantener las ideas científicas sobre rieles.

Mi propio punto de vista es que debemos siempre estar alertas a la falibilidad humana cuando evaluamos teorías científicas; especialmente algunas concernientes a la historia de la vida, que pueden resultar difíciles de comprobar en forma rigurosa. Algunas veces, los principios moldeadores dominantes pueden jugar un rol demasiado amplio en la formación y comprobación de la teoría.

Pero la ciencia también está limitada por la dimensión de su sujeto, aunque ofrece poderosas herramientas que nos ayudan a describir y explicar los fenómenos del universo empírico. Para el cristiano, sin embargo, la realidad es tanto infinitamente más ancha y más rica que la materia del universo; y la ciencia nos dice muy poco acerca de estas dimensiones de la realidad. En principio, en la forma de ver el mundo desde un punto de vista bíblico, Dios,
 y no el universo material, es la realidad suprema. La ciencia ofrece unas pocas pistas acerca de su carácter y obra, reflejados en el mundo natural (Romanos 1:20), pero no puede jamás revelar las profundidades de su carácter o los planes que tiene para el mundo tal como son revelados a través de Jesucristo. Solamente la revelación de Dios de sí mismo nos provee este conocimiento.

Más aún, la experiencia humana muestra ricas dimensiones que no pueden ser totalmente reducidas al nivel material. Tenemos profundas convicciones acerca de lo correcto y lo incorrecto; percibimos que nuestras vidas tienen significado y propósito, experimentamos trascendencia y belleza en la naturaleza, en nuestras relaciones y en el arte. Para el creyente, estas experiencias reflejan dimensiones de realidad creada. Dios creó la ley moral para gobernar
la conducta humana (Salmos 19:7-11), y formó a los seres humanos con una orientación moral básica. Él invistió a los seres humanos con un propósito y un significado en la creación (Génesis 1:26, 27) y continúa haciéndolo a través de las generaciones (Salmos 139:14-17). Pero la ciencia poco dice acerca de estas dimensiones de la realidad.

Algunos científicos están en fuerte desacuerdo con esta interpretación. Desde sus puntos de vista, la ciencia explica nuestro sentido de moralidad, propósito, etc., como adaptaciones evolutivas para mejorar la adecuación humana. Sin embargo, coincido con D. Ratzsch quien argumenta que todas estas así llamadas explicaciones, solamente funcionan cuando lo que debe ser explicado es reducido a algo menor de lo que realmente es. Como ejemplo, la ciencia puede “explicar” nuestras convicciones morales como una herramienta útil de adaptación para llevarnos a comportarnos en maneras que maximicen nuestra adecuación. Sin embargo, esto no explica la moralidad. Puede llegar a explicar por qué ciertos comportamientos resultan útiles pero no nos ayuda a comprender por qué nosotros deberíamos actuar de maneras morales.

Finalmente, la ciencia encuentra limitaciones en su alcance, aún en el estudio de su propia esfera: el universo material. La ciencia generalmente funciona bien cuando se trata de responder preguntas acerca de cómo están compuestas las cosas, cómo están ensambladas, cómo funcionan los fenómenos naturales, cuándo y dónde ocurren los fenómenos naturales y así sucesivamente. Estas preguntas suelen comenzar con qué, cuándo, dónde y cómo. Sin embargo, la ciencia queda en silencio cuando nos ocupamos de las principales preguntas acerca de la naturaleza; las que comienzan con un porqué filosófico. ¿Por qué el universo está organizado precisamente de la forma correcta para poder albergar vida inteligente? ¿Por qué existe el universo? La ciencia no nos lo dice. Como creyentes, obtenemos conocimiento de estos interrogantes a través de la palabra de Dios.

La ciencia como medio de enriquecimiento de las creencias y prácticas adventistas

En la sección anterior, argumenté
 que el centro de las creencias cristianas (principalmente las doctrinas de la creación y la caída) proveen un marco sólido para la comprensión del poder y los límites de la ciencia como un método humano para comprender el mundo natural. Pasemos ahora a la segunda aseveración de este ensayo: los descubrimientos de la ciencia generalmente enriquecen nuestras creencias y prácticas como adventistas del séptimo día.

Dios como Creador y Sustentador.
 La tercera Creencia Fundamental de 
la Iglesia Adventista del Séptimo Día declara: “Dios, el Padre Eterno es el Creador, Originador, Sustentador y Soberano de toda la creación”. Un gran número de descubrimientos científicos, cuando son vistos a través de la lente de la fe, ofrecen apoyo a esta creencia porque sugieren que importantes características del universo y de la vida en la Tierra, reflejan la intención y planificación clara de un Creador sabio. Los biólogos que defienden el diseño en la naturaleza son sacudidos por los complejos sistemas bioquímicos altamente integrados y precisamente regulados, de las células vivas. Ellos no ven una explicación naturalista viable que explique cómo tales sistemas pueden evolucionar a través de un proceso natural no guiado, y ven así evidencia de un diseño divino.

Sin embargo, como resalta el físico adventista G. Burdick, un diseño profundo puede ser también exhibido a través de lo que la ciencia ha explicado. Él narra la historia de cómo los físicos llegaron a comprender la manera a través de la cual los elementos carbono y oxígeno pueden ser formados en los hornos nucleares de las estrellas. Así determinaron que ambos elementos pueden ser formados solamente, y en las proporciones correctas que sostengan la vida, si cada elemento expone 
un estado agitado a un nivel de energía muy preciso. Descubrimientos sucesivos demostraron que el carbono y el oxígeno exhiben estos estados de excitación precisa, y los científicos son llamados a preguntarse ¿por qué?¿Por qué el universo está organizado precisamente de la forma correcta para que este proceso tan esencial para la vida pueda producirse y funcionar de forma óptima? El creyente ve esto como una evidencia sensible del diseño divino.

Algunos cristianos concluyen que la evidencia científica esencialmente induce a creer en un Dios Creador. El erudito del pensamiento adventista sobre fe y ciencia, A. Roth, ofrece esta perspectiva: “Los datos de la ciencia en sí mismos están esencialmente forzándonos a concluir que algo inusual está sucediendo, y parecería ser que un Dios experto y trascendente estuvo involucrado en crear las complejidades que la observación científica se mantiene descubriendo”. Otros creyentes encuentran tal evidencia como sugestiva, pero no convincente. Luego de evaluar la asombrosa belleza racional de la naturaleza y el ajuste perfecto del universo para poder albergar vida consciente, J. Polkinghorne, un físico que llegó a ser sacerdote anglicano, concluye que la interpretación deísta
 del universo, aunque no “lógicamente convincente”, ofrece una “comprensión intelectualmente satisfactoria de lo que, de otra manera, sería buena suerte ininteligible”. En ambos puntos de vista, el conocimiento obtenido por parte de la ciencia a menudo es congruente con la convicción cristiana de que el universo es la creación de Dios.

Quizás la contribución más importante que el estudio científico hace a nuestra creencia en Dios, es que nos da una oportunidad práctica para vivir esta creencia, para “adorar a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de la aguas” (Apocalipsis 14:7). Muchos científicos, aun sin orientación religiosa, expresan asombro y sobrecogimiento ante la grandeza y complejidad de lo que estudian, y algunas veces expresan su experiencia en términos trascendentes, casi religiosos. Los biólogos cristianos pueden llevar esta experiencia a un nivel superior. Junto al antiguo Job, somos confrontados por el poder de Dios manifestado en la naturaleza indómita (Job 39-41); se nos recuerda nuestra pequeñez, la necesidad de arrepentirnos de nuestros orgullosos caminos y de adorar a nuestro Creador (Job 42:1-6).

Aun cuando el estudio de la naturaleza dé un panorama acerca de Dios, debemos reconocer que lo hace en forma compleja y ambigua. Recuerdo un atardecer cuando los estudiantes se maravillaban junto a sus maestros ante el bellísimo comportamiento de una araña construyendo su red. Algunos reflexionaron acerca de esta maravilla de diseño. Sin embargo, un atento estudiante destacó que esta hermosa
red sirve como una trampa de muerte y reflexionó acerca de su significado. La naturaleza está llena de tales distorsiones que complican los simples argumentos de diseño que afirman la existencia de Dios. En un mundo caído vemos a través de una lente oscurecida.


La concepción adventista de la humanidad. Génesis nos dice: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7). Esta narración afirma dos verdades. Primero, compartimos muchas cosas con el resto de la creación porque estamos hechos del mismo material (aves y bestias también fueron formados “de la tierra” Génesis 2:19). Segundo, nuestro estatus de “almas vivientes”, refleja una unidad indivisible entre el cuerpo y el espíritu. Los adventistas del séptimo día hemos formalizado esta última verdad en la séptima Creencia Fundamental que declara que “(cada persona) es una unidad indivisible de cuerpo, mente y espíritu, que depende de Dios para la vida, el aliento y todo lo demás”. Nuestro compromiso de vivir una vida sana y saludable, brota de estas convicciones: si debo cuidar mi alma, debo cuidar de todo mi ser –cuerpo, mente y espíritu.

Los descubrimientos científicos continúan iluminando estas creencias y compromisos. La bioquímica nos muestra que compartimos la mayor parte de la maquinaria molecular fundamental de la vida, con otras criaturas, y la ecología revela los caminos críticos en los cuales los humanos están integrados con los ecosistemas naturales. El conocimiento avanzado en nutrición y bienestar confirman el compromiso adventista con una forma de vivir saludable. De manera más teórica, los descubrimientos científicos proveen conocimiento acerca de la totalidad de la naturaleza humana. Sin embargo, todavía tenemos mucho que aprender en esta área.

Las creencias adventistas y los descubrimientos científicos

Hasta este momento, he enfatizado las formas positivas en que interactúan las creencias adventistas y la ciencia. Debemos reconocer sin embargo, que algunas veces las creencias bíblicas y el conocimiento científico se desafían entre sí. Experimentamos este desafío de manera más directa cuando estudiamos la historia de la vida. Los adventistas aceptamos la narración del Génesis como historia fáctica, en la cual se describe la obra de creación de Dios en seis días reales seguidos por el sábado (sexta Creencia Fundamental). Descubrimientos científicos modernos son interpretados de manera que indican un proceso de formación gradual sobre un período muy largo de tiempo. ¿Cómo podemos juntar las evidencias de la Biblia y de la naturaleza en un cuadro coherente?

Consideremos cuatro principios generales de diálogo constructivo que afirmarán la autoridad de la Biblia, ayudarán al crecimiento de nuestra comprensión, tanto de la Biblia como de la naturaleza, y facilitarán diálogos respetuosos entre los participantes.

Primero, debemos afirmar la autoridad de las Escrituras y no forzar interpretaciones de la Biblia para adaptarse a la ciencia. Por ejemplo, algunos creyentes han interpretado los días de Génesis 1 como figurativos, representando períodos indefinidos de creación. Esta interpretación ayuda a resolver la discrepancia de tiempo entre la geología y el Génesis, pero los estudiosos adventistas la han rechazado ya que es inconsistente con el texto bíblico.

Segundo, debemos ser honestos con la evidencia empírica de la ciencia y no forzar interpretaciones de estas evidencias para resolver tensiones. Como creyentes, naturalmente deseamos armonizar lo que aprendemos de la naturaleza y de la Biblia. Sin embargo, debemos ser cuidadosos al involucrarnos con la ciencia, llevando nuestras conclusiones científicas solamente tan lejos como lo permitan las evidencias, y luego publicar estas conclusiones en forma honesta, aun cuando lo que descubrimos no esté de acuerdo con nuestras expectativas.

Tercero, necesitamos buscar la integración. Aun cuando los estudios bíblicos y científicos tienen sus propios métodos de investigación y pruebas, existe una manera apropiada para el diálogo entre ambos: cada uno debe estimular al otro a reexaminar interpretaciones sostenidas durante largo tiempo y a considerar alternativas. En algunos casos, las ideas científicas han ayudado a los creyentes a identificar interpretaciones bíblicas fallidas (por ejemplo, la aseveración de que la Biblia declara un universo geocéntrico). En otros casos, los conceptos bíblicos han sugerido nuevas líneas de pesquisas, llevando a descubrimientos que reducen la tensión entre las teorías científicas y nuestra comprensión de la Biblia.

Idealmente, la integración eliminará el conflicto entre nuestra comprensión de la ciencia y de la Biblia, pero en la práctica algunos conflictos persisten y pueden ser profundamente frustrantes, pero no deberían sorprendernos. ¡Todo nuestro conocimiento es parcial y sujeto a la fragilidad humana! Ciertamente, son estos puntos de conflicto los que pueden sugerir nuevas líneas de investigación y descubrimientos. También 
el conocimiento de que nosotros simplemente no podemos y no sabemos todo, atempera el ego humano, estimula la humildad y fomenta la honestidad intelectual. Así, la presencia de tensiones no resueltas puede servir no como enemigo, sino como facilitador para la fe: los creyentes son estimulados a crecer tanto en conocimiento como en carácter mientras se mantienen fieles a la Palabra de Dios.

Finalmente, debemos ser respetuosos en nuestros diálogos. Las conversaciones acerca de la ciencia y la Biblia frecuentemente son acaloradas, aun entre pares cristianos. Quizás seremos más respetuosos y generosos los unos con los otros cuando recordemos nuestra propia fragilidad y la orden de Cristo de amarnos unos a otros, aun cuando buscamos de qué manera armonizar la palabra de Dios y el mundo que él ha creado. La ciencia y las creencias cristianas entonces, pueden ser consideradas verdaderas amigas. Las creencias cristianas proveen un marco para la comprensión
de la ciencia como forma de conocimiento; los descubrimientos científicos derraman luz en las creencias bíblicas 
acerca de Dios y de la humanidad; y
 ambas se desafían algunas veces entre sí
 para poder encontrar mejores explicaciones.

 


H. Thomas Goodwin (PhD, Universidad de Kansas) es profesor de Biología en la Universidad Andrews, Míchigan.

 

Fuente del artículo: http://dialogue.adventist.org/es/2182/ciencia-y-fe-como-verdaderas-amigas