¿ES POSIBLE DIVORCIAR LA FE Y LA CIENCIA?


 

Por Gary B. Swanson

En la serie televisiva The Triangle, uno de los personajes le pregunta a un ingeniero con cuatro títulos de posgrado: “¿Por qué da la sensación que cuanto más educada es una persona, más reacia está a aceptar nuevas ideas?” A pesar del riesgo de sonar anti intelectual, está diciendo algo cierto. En otro diálogo, luego de una discusión el mismo personaje comenta: “¡Todos usan la palabra sobrenatural como si fuese una mala palabra!” Se está refiriendo al conflicto que ha surgido entre quienes profesan una fe y los que se han proclamado portavoces de la ciencia.

En los últimos años, algunos defensores de la evolución se han vuelto cada vez más agresivos para con la religión. Los argumentos de muchos pensadores y escritores que buscan ser representantes de la ciencia, son comentarios denigrantes. En público y en forma desdeñosa, Richard Dawkins se refiere a las personas religiosas como “testarudos que son inmunes a los argumentos”.

Christopher Hitchens le puso por título a uno de sus libros Dios no es bueno: alegato contra la religión. Sam Harris critica a las religiones cristiana, musulmana, judía y mormona cuando dice: “Es hora de exponer todas las religiones de este mundo como falsas y a sus fundadores como mentirosos y oportunistas”.

Sin embargo la ciencia –no importa cómo se la presente hoy– no siempre estuvo enfrentada a la religión. Más aún, en occidente tuvo su inicio a partir de la búsqueda cristiana de entender mejor a Dios.

“La ciencia surgió y prosperó en la tierra del pensamiento cristiano”, dice Alvin Plantinga. “Fue alimentada por la idea cristiana que tanto nosotros como el mundo fuimos creados por el mismo Dios personal y viviente, el mismo ser consciente que posee intelecto, razonamiento y entendimiento. Y no solo fuimos creados por Dios, sino que fuimos creados a su imagen. Una de las partes más importantes de la imagen divina en nosotros es que tenemos conocimiento, conocimiento del mundo que nos rodea, de nosotros mismos, e inclusive, de Dios”.

De este tipo de pensamiento surgió en el mundo occidental lo que hoy denominamos ciencia. Originalmente era una herramienta que tenía por fin acercarnos a nuestro Creador en la medida que nos concentrábamos en aprender más acerca de nosotros y del mundo en que vivimos.

Las Escrituras, por supuesto, presuponen la existencia de Dios. Sin una creencia en Dios, el estudio de la Biblia no es más que un ejercicio intelectual de erudición literaria. Pero incluso la Biblia se refiere a la pre-existencia temporal de Dios: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. Este estaba en el principio con Dios. Todas las cosas por medio de él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho (Juan 1:1-3). Un artista debe existir antes que pueda acercar su pincel al lienzo. Un músico debe existir antes que pueda componer una cantata. Para crear el mundo, Dios tenía que existir antes de su creación.

La humanidad puede aprender más acerca de Dios a través de su creación. El salmista cantó “los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje ni palabras ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz y hasta el extremo del mundo sus palabras” (Salmos 19:1-4).

A esto el apóstol Pablo agrega: “Lo invisible de él, su eterno poder y su deidad, se hace claramente visible desde la creación del mundo y se puede discernir por medio de las cosas hechas. Por lo tanto, [los hombres] no tienen excusa” (Romanos 1:20). Dios creó a la humanidad con la capacidad de aprender más acerca de él a través de diversas formas en las que se revela a sí mismo. Una de las más extraordinarias es su creación: el mundo natural.

Elena White afirma que “la naturaleza está llena de lecciones acerca del amor de Dios. Si se comprenden correctamente, estas lecciones nos dirigen hacia el Creador. Apuntan desde la naturaleza al Dios de la naturaleza, enseñando esas simples y sagradas verdades que limpian la mente para llevarla cerca de Dios. Esas lecciones subrayan el hecho que la ciencia y la religión no pueden divorciarse”. En otro pasaje escribe acerca de lo que ella denomina “la armonía de la ciencia con la religión de la Biblia”.

La mayoría de los que alegan ser representantes de la ciencia, han abogado por la separación de la fe e incluso han intentado impedir que se expresen aquellos que creen. Esto es muy semejante a un pedido de divorcio con una cláusula de prohibición de publicidad. Por ejemplo, la sociedad “Public Employees for Environmental Responsibility” se ha quejado que el Departamento de Parques Nacionales de Estados Unidos ofrece en el Gran Cañón una explicación basada en el creacionismo. Este consorcio se presenta como una entidad que “ayuda a los empleados federales y estatales… para trabajar como ‘activistas anónimos’ de modo que las agencias tengan que confrontarse con el mensaje en lugar de con el mensajero”. Este grupo exige que se proteja al público del mensaje que hay una explicación alternativa a la científica respecto a la formación del Gran Cañón.

Es curioso que en la batalla histórica entre la fe y la ciencia se invirtieron los papeles. Es un hecho comprobado y lamentable, que durante la Inquisición de la Edad Media se trató en forma cruel e inhumana a aquellos que cuestionaron las ortodoxias de la fe, diciendo que eran herejes. Sin embargo ahora en el siglo XXI, también con espíritu de intolerancia, representantes de la ciencia quieren erradicar todo lo que ellos consideran herejía.

Los partidarios de la evolución incluso se transforman en militantes que tratan de evitar que se presente cualquier tipo alternativo de explicación respecto a los orígenes, en el curriculum escolar. El “ateísmo fundamentalista”, como lo describe Alister McGrath, ha declarado la guerra a lo trascendente.

Pero al examinar más de cerca este asunto, la ciencia no es realmente antagónica a la fe. Los científicos tampoco son unánimes en su negación de lo sobrenatural. Es cierto que la atención de los medios se centra en una mayoría que ha negado la existencia de Dios, pero esta posición no es incontrovertida.

Un estudio publicado en 2005 por Elaine Howard Ecklund de la Universidad Rice revela que apenas 41% de los biólogos y 27% de los politólogos aseguran que no creen en Dios. Por supuesto que aunque la mayoría que resta incluye agnósticos y una serie de creyentes en lo trascendental, el ateísmo no es una ciencia universal.

En octubre de 1992, la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA) lanzó un programa de diez años de duración a fin de buscar inteligencia extraterrestre (SETI). Ya se habían hecho cincuenta intentos científicos desde 1960. Sin embargo, cuando la NASA se involucró, fue posible acceder a una red masiva de radiotelescopios que proveyeron muchas frecuencias adicionales con una sensibilidad trescientas veces mayor que los intentos anteriores. En esencia, el proyecto SETI lanzó al universo el mensaje: “¿Hay alguien allí?” Luego escucharon atentamente para detectar respuestas bien documentadas. Suena a ciencia ficción. En verdad es ciencia, pero no ficción.

Es interesante que la búsqueda de la inteligencia extraterrestre fue el eje del libro de ciencia ficción de Carl Sagan titulado Contacto, que se filmó en el año 1997. Entre otros temas provocativos, la película examina la relación existente entre la fe y la ciencia. El personaje principal, la Dra. Ellie Arrington, quien es investigadora en un proyecto similar al SETI y creyente ferviente de la religión en la que se ha convertido la ciencia, es transportada a un experimento científico en algún lugar del cosmos bien distante. Allí se comunica con otros seres en un mundo que ha sido construido para simular el planeta Tierra de manera que ella se sienta cómoda. Cuando regresa, de acuerdo a los instrumentos científicos que han registrado todos los datos del experimento, ha estado en otro lugar apenas un par de segundos. La evidencia muestra claramente que no ha tenido tanto tiempo para vivenciar todo lo que describe. Por lo tanto, la Dra Arrington, creyente ferviente de la ciencia, se encuentra tratando de testificar ante una cierta inquisición en la cual intenta defender su experiencia personal, aun cuando se desvanece ante la evidencia de lo que aparece en los instrumentos de medición. El panel que la interroga finalmente rechaza su experiencia porque más allá de su palabra no hay otra evidencia empírica. Pero la película deja abierta la puerta a la idea de lo trascendental.

La brecha que en realidad no existe

Al final de cuentas, la brecha entre la fe y la razón no es entre la religión y la ciencia. Los verdaderos científicos admiten que la base de su creencia no puede ser probada, al igual que la de los creyentes en lo trascendental. Lo que sucede es que en la sociedad actual, la mayoría de los auto-proclamados portavoces de la ciencia creen en el naturalismo. Este sostiene la idea que todos los fenómenos pueden ser explicados por causas naturales (en contraposición a lo sobrenatural). Usamos la palabra creer porque ellos no pueden probar el naturalismo de forma científica. Tienen fe que es verdad.

Alvin Plantinga nos recuerda que “los que realmente socavan la ciencia son el naturalismo y la evolución juntos… porque combinados logran que sea imposible ver cómo podrían surgir seres humanos con capacidad real de entender el mundo que los rodea, en una forma profunda. El naturalismo y la evolución juntos hacen que esto sea imposible de entender.”

Quienes creen en la inspiración y validez de las Escrituras como revelación del carácter de Dios, verán que su creencia es confirmada al observar la naturaleza. En el brillo trémulo de la aurora boreal, la fragancia delicada de la gardenia, el trino del pájaro o el funcionamiento increíble del cuerpo humano, pueden percibir la intención inconfundible de un Dios amoroso.

“Pero los versículos bíblicos nos llevan un paso más adelante. También sugieren que al observar la naturaleza los incrédulos pueden vislumbrar el poder divino que diseñó y creó todo lo que existe. En el mundo actual muchos cierran sus ojos frente a este hecho. Han abrazado el pensamiento evolucionista y quieren explicar todo lo que existe en términos de casualidad y necesidad. Un número cada vez mayor de académicos están admitiendo que existe mucha evidencia de diseño inteligente que no puede ser ignorada, excepto por quienes cierran sus ojos en forma obstinada”.

Un número creciente de científicos y filósofos reconocidos mundialmente están abriéndose a la idea de que la ciencia y la filosofía no son mutuamente excluyentes respecto a la religión. En 2004, un artículo de La Prensa Asociada informó: “Un profesor británico de filosofía que ha estado liderando el movimiento ateísta por más de medio siglo, ha cambiado de idea”. La historia continúa explicando la nueva postura de Anthony Flew quien sostiene que la evidencia científica tiene que admitir algo más que las meras respuestas materialistas.

La verdadera ciencia no es un enemigo de Dios. Él la instauró como una forma válida de revelarse a sí mismo. Para el científico verdadero, la palabra sobrenatural no es una mala palabra. En realidad nunca se llegó a consumar el divorcio de la fe y la ciencia.


Gary B. Swanson (M.A., Universidad de Loma Linda), es el director asociado del Departamento de Escuela Sabática y Ministerios Personales en la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Silver Spring, Maryland, EE. UU.

 

Fuente del artículo: https://dialogue.adventist.org/es/1618/es-posible-divorciar-la-fe-y-la-ciencia