¿Siempre pierde la religión?


 

Por Paul Giem

En una disputa con la ciencia, la religión siempre pierde. Esa es la creencia popular, que implica que la religión jamás debería hacer afirmaciones verificables, dado que no tiene contacto con la realidad. Los que comparten esta creencia citan, como ejemplos, la física de Galileo, la geología de Hutton y Lyell, la biología de Darwin y la psicología de Freud. Afirman que la religión, especialmente la de origen sobrenatural, siempre ha perdido y siempre perderá en estos debates. O bien la abandonamos o deberíamos adoptar una versión liberal que no realice aseveraciones que pueden someterse a pruebas racionales.

Es cierto que algunas religiones no afirman nada respecto del universo físico que pueda verificarse. Pero para el cristianismo bíblico, aceptar esa postura sería fatal. ¿Cómo podría afirmar como hechos reales la creación del mundo, el Diluvio universal, el Éxodo de Egipto y la resurrección de Cristo? Sin afirmaciones como éstas, el cristianismo bíblico se desmoronaría.

Resulta problemático, sin embargo, afirmar que “la religión siempre pierde”. En primer lugar, la disputa no ocurre entre la ciencia y la religión, puesto que hay científicos del lado “religioso” y teólogos del lado “científico”. El debate enfrenta la postura estrictamente naturalista con la que afirma la realidad de lo sobrenatural; vale decir, entre los que creen que el universo es autónomo y nunca ha tenido interferencias externas, y los que creen que Dios interviene y puede cambiar el curso natural de los acontecimientos.

Por eso, el caso de Galileo no es un buen ejemplo. Tanto él como los que se oponían a sus ideas aceptaban la realidad de Dios y su soberanía en el universo físico. El debate ocurría en el campo teológico y giraba en torno a si ciertos pasajes bíblicos debían ser tratados como ontológicamente precisos (reales) o sólo fenomenológicamente precisos (mera descripción de apariencias), y a la autoridad de la Iglesia Católica en estas cuestiones.

Decir que la religión no siempre pierde en estos debates es verdadero, pero trivial. La ciencia nunca puede probar con absoluta certeza que una teoría es errónea. Aun si una teoría parece ser más confiable que otra, siempre es posible que nuevas evidencias inclinen la balanza a favor de una teoría que en ese momento no es aceptada. Podemos afirmar que una teoría realizó predicciones acertadas, pero no podemos saber a ciencia cierta que una teoría particular es absolutamente correcta.

Por eso, expresaremos la proposición de otra manera para otorgarle más contenido empírico: Las hipótesis científicas e históricas arraigadas en una cosmovisión sobrenatural o compatibles con ella a veces tienen más apoyo empírico que las hipótesis enraizadas en una cosmovisión naturalista o compatibles con ella. Y, lo que es más importante, en algunos casos este apoyo se ha incrementado con el tiempo.

Ejemplos de la historia

En el campo histórico, un contraejemplo de “la religión siempre pierde” está dado por la confiabilidad de la cronología de los libros bíblicos de Reyes y Crónicas. Por mucho tiempo, los escépticos creían que la cronología “bíblica” era inexistente, y que los confusos datos cronológicos que existían eran incompatibles con la cronología “real” y secular. A partir de los estudios de Thiele, la cronología de Reyes y Crónicas es considerada coherente y capaz de corregir la cronología secular. El enfoque bíblico ha ganado, o por lo menos ha mostrado ser más útil para explicar los datos. En este caso, la religión no perdió, y es improbable que en el futuro pierda en este tema.

Otro contraejemplo es el libro de Daniel. Los escépticos afirmaban que Belsasar nunca había existido, que la cronología de los eventos narrados era confusa, y que como todo el libro era ficción no tenía sentido buscar en él a personajes históricos.

El tiempo ha hecho cambiar de parecer. Belsasar no sólo existió, sino que resultó ser el príncipe heredero (la misma palabra hebrea para rey), capaz de ofrecer sólo el tercer puesto de mando en el reino. La cronología sobre el año en que Nabucodonosor tomó cautivos en Jerusalén también ha sido confirmada. Acaso lo más interesante es que en documentos babilónicos se han hallado los nombres de Daniel y de sus tres compañeros. Esto no significa que se ha verificado cada declaración del libro. Todavía está en duda la identidad de Darío el Medo (aunque no se ha descartado a todos los candidatos). Pero la historicidad del libro está en mucho mejor posición que en el pasado. En este caso también, la religión está ganando.

Ejemplos de las ciencias

Lo mismo puede decirse de las ciencias. Durante más de un siglo los adventistas han venido declarando que el tabaco es “un veneno lento, insidioso, pero de los más nocivos”. Cuando esto se escribió, los científicos no compartían ese punto de vista; pero en los últimos 50 años las pruebas se han vuelto abrumadoras respecto de la certeza de esta afirmación surgida en un contexto religioso. La religión no perdió en este caso. La misma autora de la afirmación anterior habló a favor de las ventajas de un régimen vegetariano, que cada vez encuentra más apoyo en las investigaciones científicas.

Hay también casos relevantes para la controversia creación-evolución. El primer ejemplo es cosmológico. ¿Ha existido el universo desde un pasado infinito o ha tenido un comienzo? La mayoría de los científicos todavía apoya la primera opción, argumentando a menudo en base a prejuicios contra lo sobrenatural. Este prejuicio explica gran parte de las objeciones a la teoría del Big Bang. Si el universo tuvo un comienzo, necesitaría de un creador. Tan grande era el deseo de defender un universo eterno que, al hacerlo, Einstein cometió lo que él llamó su error más grande, al introducir una constante cosmológica en la ecuación del universo para mantenerlo estático. Sin embargo, las evidencias disponibles apoyan el concepto de que el universo tuvo un comienzo. La religión no está perdiendo.

Otro ejemplo tiene que ver con la supuesta existencia de los llamados órganos vestigiales. A partir de Darwin, éstos han sido utilizados como argumento en contra del diseño, y por lo tanto de un diseñador. En la exposición clásica, Wiedersheim enumeró más de 150 estructuras que creía vestigiales. Supuestamente, se trataba de estructuras o partes del organismo humano que habrían cumplido una función en el cuerpo de algún presunto antepasado animal en la secuencia evolutiva, pero que ahora no cumplían función alguna. Wiedersheim hizo notar que algunas, como las glándulas tiroides y adrenal, tenían probablemente alguna función, por lo que podrían no ser verdaderamente vestigiales, y que lo mismo podría decirse de otros órganos. Pero algunos de sus seguidores no fueron tan cautos, por lo que no fue raro que las glándulas timo y la pituitaria, así como el apéndice fueran declarados completamente inútiles. Esta postura era necesaria para oponerse a los creyentes en un diseño, ya que si estos órganos cumplían alguna función, su existencia en un organismo diseñado no serviría como prueba en contra de un diseñador. Sin embargo, investigaciones posteriores hallaron funciones para todas estas estructuras, destruyendo, algunas veces dramáticamente, los argumentos en contra del diseño. Podría afirmarse que, en este caso, el prejuicio a lo sobrenatural fue perjudicial para la ciencia, ya que llevó a algunos científicos a no investigar las posibles funciones de una estructura debido a sus prejuicios naturalistas.

Se podría aun afirmar que ese prejuicio causó varias muertes. Aunque el bazo no estaba en la lista de Wiedersheim, cuando yo estudiaba medicina era común catalogarlo como un órgano inútil del que bien podríamos prescindir, ya que sangraba cuando sufría una lesión. (Su única función, se decía, era mostrar que los humanos y los perros tenían un antepasado común; en los perros, el bazo acumula sangre para una autotransfusión en caso de hemorragia.) Como resultado, en caso de lesión, generalmente era extraído, sin intento alguno de preservar su función. Sólo más tarde se descubrió que el no tener el bazo predispone a serias infecciones de neumococos. Hoy en día, se trata de preservar su función siempre que sea posible, ya sea por reparación quirúrgica o dejando fragmentos en el abdomen con la esperanza de que se aglutinen.

Puede decirse que esta fue una falla de los defensores del naturalismo. Todo órgano verdaderamente vestigial debería perderse eventualmente, quizá con relativa rapidez. Pero el admitir esto los privaría de uno de sus argumentos favoritos. La necesidad de desacreditar a los creacionistas aparentemente les impidió realizar una evaluación concienzuda de las evidencias y la teoría.

La historia se repitió en el caso de la controversia en torno al “ADN basura”. Cuando se descubrió el ADN, muchos evolucionistas supusieron que en el genoma de diversos organismos, incluido el humano, existían vastas cantidades de ADN totalmente inservible, al que denominaron “ADN basura”. Como destaca Standish, acaso estaban ignorando la teoría evolucionista debido a sus prejuicios contra los creacionistas. Lo importante es que los creyentes en lo sobrenatural realizaron por lo general una mejor predicción respecto del alcance del “ADN basura” y, por lo tanto, los prejuicios en contra de lo sobrenatural pueden haber obstaculizado la investigación (lo opuesto de lo que generalmente se dice).

Una comprensión creciente

Esto nos lleva a un punto importante. Una de las razones por las que la “ciencia” (el naturalismo) afirma no perder en estos debates es porque incorpora a su perspectiva descubrimientos que originalmente se pensaba que favorecían a la “religión” (lo sobrenatural). Temas como la temporalidad del universo y los daños del tabaco son incorporados al modelo naturalista, y el naturalista moderno a menudo no es consciente de los matices religiosos de estas ideas, sino que las ve como un ejemplo más del avance continuo de la ciencia.

Sin embargo, rara vez se le concede a la religión la misma flexibilidad. Por ejemplo, la enorme mayoría de los teólogos han aceptado una concepción heliocéntrica del sistema solar. No obstante, los naturalistas siempre les recuerdan a los cristianos que hubo un tiempo cuando la mayoría de ellos estaba en desacuerdo con esa teoría, y que la Iglesia Católica forzó a Galileo a retractarse y prohibió sus libros, una acción que ha tenido que repudiar. Pero si uno cree que el cristianismo moderno es responsable de los errores de la mayoría de sus predecesores, uno puede creer lo mismo de los naturalistas.

Esto nos lleva a un último punto. La razón principal por la que se afirma que “la religión siempre pierde” es evitar reconocer que, en la actualidad, la perspectiva sobrenatural parece estar ganando el debate; y si esto continúa, el naturalismo quedará derrotado. Éste puede asimilar la historicidad de los números de Reyes y Crónicas, o la toxicidad del tabaco, o aun (como el deísmo) el Big Bang. Pero el naturalismo no puede sobrevivir sin una explicación naturalista del origen de la vida. Y sin embargo, esa explicación no es siquiera remotamente plausible. Cuanto más sabemos del universo, peores son las perspectivas. Implícitamente, el naturalismo lo reconoce. La mejor prueba de ello es su insistencia en el origen monofilético de la vida (todas las formas de vida descenderían de una forma original). A pesar de las evidencias de una explosión de la vida durante el cámbrico y de los diversos códigos genéticos de algunos organismos (como el paramecio), los naturalistas continúan insistiendo en que todos los organismos vivos tienen un antepasado común. Si realmente creyeran que la vida comenzó tan fácilmente, aceptarían la hipótesis de que comenzó en diversos momentos de la historia. El aferrarse al origen monofilético de la vida indica que implícitamente reconocen la dificultad de lograr que la vida comience siquiera una vez.

Pero ellos están absolutamente comprometidos con el origen natural de la vida. Algo de este espíritu puede percibirse en un pasaje del valoso libro de Robert Shapiro titulado Origins: A Skeptic’s Guide to the Origin of Life on Earth. En él, Shapiro se refiere a las fallas de las diversas teorías sobre el origen de la vida, para finalmente optar por la teoría de los péptidos pequeños no modernos, que le parece menos problemática. Pero en la página 130 revela sus prejuicios: “Puede ser que llegue el día cuando todos los experimentos químicos razonables descubran que, más allá de toda duda, no se conoce el origen de la vida. Acaso nuevas evidencias geológicas podrían indicar una aparición repentina de la vida en la Tierra. Finalmente, podríamos haber explorado el universo sin hallar en ningún lugar vestigios de vida o procesos que podrían producirla. En ese caso, algunos científicos podrían buscar respuestas en la religión. Otros, sin embargo, entre los que me incluyo, examinaríamos las explicaciones científicas menos probables con la esperanza de escoger una que fuera aún más probable que las otras”.

Es decir que el naturalismo debe defenderse de lo obvio. Y la mejor defensa es: “Aún no hemos perdido. Seguiremos esperando hasta encontrar mejores argumentos”. En cuanto al origen de la vida, se ve que el naturalismo habría perdido el debate hace ya mucho tiempo si sus adherentes lo hubieran reconocido.

El problema de afirmar que en estas disputas “la religión siempre pierde” es que no es verdad. No es verdad, en retrospectiva, y si continúan las tendencias actuales de investigación, tampoco lo será. Una afirmación tal debería ser reconocida por lo que es, una declaración de fe contraria a las evidencias de la historia y la ciencia. La religión no siempre pierde.

 


Paul Giem es médico emergentólogo residente en California. Entre sus intereses académicos se encuentran la relación entre ciencia, religión e historia, y es autor de un libro sobre el tema: Scientific Theology.

 

Fuente del artículo: http://dialogue.adventist.org/es/1138/siempre-pierde-la-religion